Nota de opinión para La Nación

 

La Argentina se encuentra en una crisis de valores. El populismo ha desgarrado las convicciones de muchos argentinos anclándonos al pasado y condicionando el futuro. En las calles, algunos repiten «roban pero hacen», o que no existen los gobiernos decentes y que el esfuerzo no es el camino del progreso. Los profetas del desánimo se garantizan la cínica «fábrica» de pobres que contribuye a darles poder político, territorial y económico. Con descaro evidente, dicen representar a los que menos tienen detrás de una máscara que cubre el oro de sus anillos, relojes y cadenas.

Las consecuencias son terribles: ciudadanos que durante años no tuvieron cloacas, calles asfaltadas, agua potable ni gas natural. Mientras que sus dirigentes nacionales y populares dormían sin culpa en los barrios más acomodados de la ciudad de Buenos Aires. Nos quieren hacer creer que somos un pueblo desesperanzado, lúgubre y descreído. Subestiman la esperanza de un futuro sin punteros y sin violentos en el poder; ciudadanos con absoluta libertad. Eso es lo que hace el populismo: quitar la posibilidad de proyectar. Pero los pueblos que pelean por la República saben que la ética hace a la conciencia y al alma. A las emociones, a la fuerza de las convicciones. Quienes piensan que el fin justifica los medios reconocen sus propias claudicaciones éticas, sus propios robos. Confiesan sin querer que fueron responsables de crímenes de mucho dolor.

No se puede salir al futuro sin memoria. Nos están proponiendo un acto que implica, como pueblo, resignarse al abandono de la ética política. Durante el kirchnerismo existió un gobierno que no sabía lo que era gobernar bajo el imperio de la ley. Hoy, la sociedad sabe de las consecuencias que trae vivir fuera de las normas. La historia nos golpeó con las tragedias de Cromañón y Once. En esta última, muchas de las víctimas eran trabajadores del oeste del conurbano; los victimarios, funcionarios que en connivencia con empresarios inescrupulosos jugaban a la ruleta rusa con el dinero de los argentinos.

Recuerdo a los padres pidiendo justicia con orfandad absoluta. Ese dolor derribaba el «relato», y por eso había que ocultarlo. Hoy, muchos de esos exfuncionarios están condenados. ¿Qué hubiera pasado con ellos si no ganaba Cambiemos? ¿Puede edificarse un país próspero sobre la claudicación en la búsqueda de justicia y libertad, actuando como si acá no hubiera pasado nada? Somos nosotros quienes vamos a decidir qué país queremos. Y vamos a interpelar como nunca nuestra conciencia. ¿Quién va a gobernar la Argentina? Me lo pregunto como muchos ciudadanos cuando escuchan desde sus casas «vamos a volver». ¿Volver a la Argentina del cepo cambiario e ideológico? ¿A la Argentina de la crisis energética, la del pacto con Irán, la que hacía negocios con Venezuela? ¿Volver a la Argentina en la que moría un fiscal y al otro día funcionarios mancillaban su memoria? ¿Volver a la Argentina en la que decían que no teníamos pobreza, la de las estadísticas intervenidas y manipuladas? ¿Volver a la Argentina en la que la inseguridad era «una sensación»? ¿Volver a la Argentina impune, esa que sueñan las mafias?

En lo profundo de nuestro corazón sabemos que con violencia y prepotencia no hay país posible. Que corremos el riesgo de quedarnos sin República. Que la revancha y el «Ministerio de la Venganza» nunca nos van a llevar a la unión nacional, al encuentro entre hermanos, al diálogo sincero y al disenso constructivo. No hay peor enemigo para los hombres y las mujeres de bien que el desánimo. Si pudimos, si podemos, ¿por qué resignarnos? ¿Por qué no defender el cambio? Un cambio que no es de un partido, sino que está en un pueblo que salió a las calles a pedir más República.

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